Una
sabia y conocida anécdota árabe dice que en una ocasión, un Sultán soñó
que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó a
llamar a un Adivino para que interpretase su sueño.
- ¡Qué desgracia, Mi Señor! - exclamó el Adivino - Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
- ¡Qué insolencia! - gritó el Sultán enfurecido - ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡¡¡Fuera de aquí!!!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.
Más tarde ordenó que le trajesen a otro Adivino y le contó lo que había soñado.
Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:
-¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada... ¡El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes!
Iluminóse el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó le dieran cien monedas de oro.
Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
-No es posible!, la interpretación que habéis hecho de los sueños es
la misma que el primer Adivino. No entiendo porque al primero le pagó
con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro...
-Recuerda bien, amigo mío- respondió el segundo Adivino -que todo
depende de la forma en el decir... uno de los grandes desafíos de la
humanidad es aprender el arte de comunicarse.
De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra.
Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe
duda, más la forma conque debe ser comunicada es lo que provoca, en
algunos casos, grandes problemas.
La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos
contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un
delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada
con agrado.
jueves, 23 de agosto de 2012
LA FORMA DE DECIR LAS COSAS
jueves, 16 de agosto de 2012
EL HUEVO Y LA NARANJA (Reflexión)
Imaginaros un huevo crudo, una naranja, un cuchillo, y un plato. Imaginaros que cojo el huevo e intento pelarlo con el cuchillo. No podría, ¿no? Ahora imaginaros que, a pesar de no poder, sigo insistiendo, esta vez clavando la punta del cuchillo. ¿Qué pasaría? La cáscara se rompería y el contenido se derramaría.
Imaginaros ahora que cojo la naranja e intento cascarla con el borde del plato. Tampoco podría, ¿no? Y volver a imaginaros que sigo intentándolo, golpeándola y apretándola más fuerte. ¿Qué pasaría esta vez? La piel se rompería, si, pero la naranja también.
¿Cómo tendría que haberlo hecho? Cascar el huevo con el plato y pelar la naranja con el cuchillo. Parece obvio, pero…
Con las personas pasa lo mismo. Todos somos como el huevo y como la naranja, como el cuchillo y como el plato. Todos somos iguales y diferentes al mismo tiempo. Todos tenemos una cáscara, una piel que protege nuestro interior, nuestras emociones, nuestros sentimientos... Y todos tenemos un “cuchillo”, un “plato” que nos permiten conocer interiormente a las personas. Esta protección no es indestructible, pero muchas veces queremos romper esta capa de la manera equivocada, y por mucho que lo intentemos, no solo no lo lograremos, sino que lo podemos llegar a romper.
No le echemos la culpa ni al huevo ni a la naranja. No insistamos haciendo algo que no funciona. No pretendamos que cambien su naturaleza. Cambiemos nosotros. Busquemos la manera correcta de conseguir que esa persona se abra a nosotros. Utilicemos el plato para cascar el huevo y el cuchillo para pelar la naranja…
DavidSV
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